Sobrevivir a tanta historia es un mérito. Es difícil no enloquecer ante tanta repetición, con caretas diferentes, de problemas elementales jamás resueltos y, eso sí, polemizados y discutidos en mesas de café y tertulias televisivas. Es muy arduo el trabajo que hay que hacer con la bronca y la rebelión interna ante las situaciones de injusticia que la improvisación, la picardía o directamente la deshonestidad que despliegan los poderosos producen. Lo más fácil es el estallido violento, pero eso es pan para hoy y hambre para mañana: a la violencia se le responde con más y mejor organizada violencia desde las estructuras del poder: siempre sale perdiendo el más débil y, lo que es peor, el problema no se soluciona y, encima, se desprestigian los objetivos nobles de todo reclamo justo con la mala prensa que excesos y atentados arrojan sobre la lucha de los pueblos.
Las personas que desafiando nuestra memoria y paciencia proponen soluciones para problemas que cuando ellos fueron poder no pudieron resolver, funcionarios y funcionarias expertos/as en números circenses de saltar de una administración a otra de signo opuesto con la misma cara de póquer, no son sino horribles eslabones de la cadena que nos ata al carro de los perdedores.
Menos mal que todavía podemos tener un mundo privado, un espacio a veces más grande para canalizar nuestras angustias, broncas e impaciencias, un mundo donde nuestros sueños y principios se defienden como gato panza arriba de tanta mediocridad, tanta maldad. Es eso que hoy algunos nostálgicos sesentones llaman “código”. Yo prefiero hablar de sueños, ideales, principios y pautas de vida; “código” me suena a mafia, y de mafia estoy hasta la coronilla. Nada de código. No se trata de establecer hermandades o logias de café. Se trata de amurallarse en los objetivos que nuestra educación nos marcó, convivir con el que piensa distinto –siempre y cuando ese “pensamiento distinto” no incluya exterminio, asesinato o cárcel– y avisarles a los más jóvenes que ya oímos el noventa por ciento de las soluciones y vimos que el drama no está en las filosofías, sino en la concreción de esas teorías.
Nuestro gran poema épico se llama “Martín Fierro”. Pero por cómo nos tratan los gobiernos habrá que escribir un “Martín Forro” como para ser más sinceros con nuestro estado de ánimo.
Pinti
*El autor es actor y comediante.
1 comentario:
espero señales
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